jueves, 18 de agosto de 2011

Brft, el árbol parlante



Me cuenta un anciano nacido en el pueblo de Samabad que, cuando era niño, vivió un acontecimiento que pocos recuerdan, pero que fue la causa real de que Samabad desapareciera del mapa. Parece ser que hace mucho tiempo, durante una celebración en el bosque en honor a sus dioses frutales, un enorme árbol habló, diciendo “Hola. Me llamo Brft y tengo 1.600 años.” Y todos huyeron despavoridos a sus casas.

Al día siguiente no se habló de otra cosa. Al principio se rumoreaba que aquello había sido un mensaje de algún dios frutal, a pesar de que aquel árbol no daba fruto; o una alucinación producida por el sonido del viento entre las ramas, o que alguien había llevado a la fiesta algo de comer en mal estado. Cuando todas esas teorías fueron descartándose una por una y todos coincidieron en que, efectivamente, el árbol enorme había hablado con una voz de árbol enorme, se dio otro motivo de debate. No existían referencias de los árboles como especie social, así que nadie sabía decir si eran por naturaleza embusteros, grises y mezquinos; o en cambio alegres, honestos y de carácter afable. Simplemente habían estado allí siempre, quietos. Y con el tiempo, las opiniones fueron dividiéndose. Una vez al mes o todos los días, cuando caía la tarde, algunos se sentaban entre las grandes raíces de Brft y bebían üle y cantaban y le hacían preguntas, esperando un mensaje de liberación, una iluminadora lección de vida, una demostración de poder divino. Pero el árbol no volvió a pronunciar una palabra. Otros, sin embargo, desconfiaban del árbol, viéndolo como un advenedizo en su viejo y válido panteón frutal; preferían evitar el bosque y se reunían en los rincones oscuros de las tabernas, y bebían üle mientras conspiraban contra el gran tronco y sus seguidores. No era extraño que los detractores del árbol fueran, entrada la noche y ya completamente ebrios, a encontrarse en el bosque con aquellos que llamaban despectivamente leposäi, completamente ebrios también, y allí unos increpaban a los otros y se tiraban semillas, luego caracoles y luego piedras pequeñas y luego piedras grandes y luego se producían enormes y sangrientas peleas, dejando siempre varios heridos a los pies de Brft.

Los heridos se fueron convirtiendo poco a poco en muertos, y la ola de violencia que azotó Samabad en aquellos días recorrió ciudades y trascendió fronteras con la misma intensidad que lo había hecho la noticia del árbol parlante. Entonces los peregrinos empezaron a dejar de peregrinar y los turistas descartaban visitar aquella zona. Aquellos cuyas tiendas de souvenirs -con las figuritas de hueso de Brft y las tablillas de barro que rezaban Hola. Me llamo Brft y tengo 1.600 años como productos estrella- no habían sido demolidas o quemadas por los enemigos del árbol tuvieron que cerrar y abrir negocios diferentes en otra región; las familias se llevaron a sus hijos al norte o al sur o al este o al oeste para evitar que terminaran tomando partido en el conflicto, y los viejos se fueron muriendo sin más, porque es lo que hacen los viejos cuando miran al cielo y sonríen y respiran a la vez.

El gobierno llegó a prohibir los viajes a Samabad bajo cualquier concepto, dado que los pocos habitantes que quedaban allí estaban entregados en cuerpo y alma a la guerra: unos vivían acampados junto al tronco de Brft, y hacían turnos de guardia con lanzas y cubos de agua de río para proteger y defender al árbol divino durante las doce horas del día y las doce horas de la noche; otros realizaban continuas incursiones con antorchas y piedras, intentando coger por sorpresa y aniquilar a los leposäi y al árbol pagano. Llegó el día en que el último protector del árbol, que llevaba ya semanas inmóvil en su puesto, entregado a su causa ya sin compañeros ni enemigos (qué sensación curiosa, ganar una guerra y no saberlo), murió de una pulmonía, recostado en una raíz de Brft.

Y Brft se quedó allí, esperando pacientemente que apareciera en el planeta una especie menos estúpida con la que entablar una conversación y sacudirse de encima un poco de hastío arbóreo.




Üle: fuerte licor, que se produce en toda la provincia de Agam, realizado a partir de la destilación de uñas de nutria.

Leposäi: no es traducible. Literalmente, sería algo así como “amigos de todo lo que tenga gusanos dentro”.

6 comentarios:

  1. Sí, sigo arbóreo. Pero esta vez me ha dao por la prosa. No me lo tengan en cuenta, ni una cosa ni otra.

    Y no, no sé sangrar los párrafos :(

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  2. Uh, y acabo de enterarme. "Üle" también quiere decir "encima" en estonio. Hurm.

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  3. GENIAL!!!!!!! El Üle es una especie de mantel que se usa mucho en Normandía, parte oeste.

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  4. ¿Eso no era "hule"? Jarl. ¿Existirá alguna palabra de tres letras que no quiera decir algo en algún sitio?

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  5. Es muy bonito. Y yo,por intentar ser más sesuda y de paso más gilipollas, establezco una semejanza con la toma de Sol. Ahí queda eso! :-)

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  6. Dramática historia no exenta de licor de nutria.
    Samabad merecería estar en el País Invisible... ¡más cuentos!
    Tengo un cuento arbóreo inédito que te iba a prestar, pero sólo está en papel. A ver si lu encuentro por casa.
    ¡Una ronda de üle pa todos! Cowabunga!

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