miércoles, 1 de junio de 2011
Artrosis pirenaica
Cuando despertó
sus brazos eran montañas del tamaño de brazos.
Habló con médicos y con chamanes
y con geólogos y curanderos
y con una urraca muerta.
Buscando una solución que no existía
aprendió poco a poco a convivir
con sus extremidades calizas.
Pero aún hay una cosa que no tolera:
en invierno
diminutos alpinistas con alas
y ojos compuestos
se posan en sus brazos-montañas,
se agarran con sus botas de clavos
y le pican con sus piolets;
y tiene que pasarse el puñetero día
sacudiéndose la nieve.
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Así se siente el K2 y no dice nada. Espléndido esplendor el de su poema...
ResponderEliminarM
Y no, no puedo meter comentarios sin el consabido anónimo, así que acostúmbrense a que M es menda, séase, yo
ResponderEliminarM
Oh-dios-mío!
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